
!Qué diferencia con otros! El ejemplo más claro: U2. Te chupas tu viaje en metro hasta un estadio abarrotado, te dejas 36 euros en la entrada, aguantas una cola de varias horas, te quedas a 50 metros del escenario sin ver un carajo, aguantas a los acomplejados de los teloneros, esperas pacientemente la interminable pausa tras la actuación de estos... y, cuando por fin salen los irlandeses, el brasas de Bono no tarda ni cinco minutos en soltarte un discurso sobre el hambre en el mundo, ni media hora en invitarte a reflexionar sobre el mensaje de Martin Luther King y ni una hora en pedirte que envíes un sms a no sé qué número y aportes así 1 euro a la salvación de la foca metrosexual del Amazonas o algo así.
Yo no niego que el hambre sea un problema, que lo que dijera Martin Luther King carezca de interés o que la foca metrosexual esté en peligro, pero he pagado los putos 36 euros -bueno, los 37, contando el sms- para ver y oír en directo a U2, no para que me adoctrinen. En caso contrario, me habría ido a un mitin político, a una misa o al cocido multitudinario de Aldeas Infantiles, eventos todos ellos, por cierto, gratuitos. Si quiero conocer la opinión de Bono sobre cualquier tema, que la escriba o la haga escribir en una entrevista, que ya decidiré yo si la leo. Porque ahí radica la clave del asunto: en su inevitabilidad. Estás en el estadio, rodeado de 60.000 personas, y no te queda otra que tragarte los discursitos de turno. Si por lo menos los dejara todos para el final, podrías irte a tu casa al acabar las canciones, pero el muy ladino los intercala entre ellas. ¿Cuál es el remedio? No lo sé. Quizás llamar a los antidisturbios con la excusa de que se está produciendo una manifestación no autorizada y ver cómo le parten a Bono su cara de místico estreñido.
1 comentario:
Imagina lo que debía de ser un concierto de los de Amnistía Internacional con el fumado de Bob Geldorf, interpretando su puto "I don´t like mondays" (¿Ha compuesto algo más este tío?), Sting en compañía del indio aquel que llevaba una tapa de inodoro metida en los morros o el más chapas de todos, Bruce Springsteen, contando por enésima vez lo bien que se calzaba a su novia en el autocine de algún pueblito o como le gusta conducir con la ventanilla bajada mientras el viento de Oklahoma le revuelve el "cabello" y toca su puta armónica con el collarín ortopédico ese que le ponían en los conciertos. Agónico, sin duda
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