lunes, 28 de mayo de 2007

El político del día

En España, acaban las elecciones y comienzan las erecciones, es decir, las pajas mentales de los partidos políticos para demostrarnos que han ganado todos (salvo Simancas y Sebastián, que lo suyo no lo salva ni el mismísimo Onán). Como las declaraciones de esta chusma no tienen el menor interés, pienso en otra erección: la que ha debido de lucir el cadáver de Toshikatsu Matsuoka, que ya se sabe que todos los ahorcados mueren empalmados.

¿Que quién es este hombre? Pues, a mi juicio, el político del día: el (ya ex) ministro de Agricultura japonés, al que han encontrado colgando de una cuerda antes de una sesión del Senado de su país en la que debía declarar por supuesta malversación de fondos públicos. En concreto, según elmundo.es, “ha sido acusado de aceptar donaciones por parte de empresarios que optaban a proyectos públicos dependientes de su departamento y de no dar una explicación clara de elevadas partidas presupuestarias de su Ministerio”. Así que, en plena resaca postelectoral y en esta vorágine de triunfalismos y sesudos análisis de tertulianos y otros animales, me he descubierto a mí mismo más interesado en la política de Japón. La reflexión me ha resultado inevitable: ¿te imaginas que todos los consejeros y concejales españoles que aceptan “donaciones” de constructores y promotores siguieran el ejemplo del señor Matsuoka? No quedaba ni el Tato, ese amigo de Rajoy al que tanto gusta de referirse.

Por desgracia, las posibilidades de que ocurra algo así son ínfimas. Si nuestros políticos no dimiten ni aunque quintupliquen sospechosamente su patrimonio en cuatro años de mandato, ¿cómo pretender que se suiciden? A lo mejor es que no se lo ponemos fácil. En la antigua Roma, por remontarnos a nuestros sabios ancestros culturales, a los altos cargos pillados con las manos en la masa se les ofrecía la salida honrosa de acabar con su propia vida, en vez de a manos del verdugo o el centurión de turno. Y, si no tenían espada, se les prestaba una.

Combinando este ejemplo con el del ministro nipón, propongo la instalación de una horca en el despacho oficial de todos los consejeros y concejales que van a tomar posesión en los próximas días. Así, si les pillan y se les pasa por la cabeza la posibilidad de colgarse, podrán hacerlo en el momento, sin tiempo para arrepentirse. Esta sugerencia conlleva, además, la creación de puestos de trabajo, ya que un cuerpo de funcionarios especializados velaría por la colocación, mantenimiento y supervisión de las horcas. Está por ver si tales competencias se centralizarían a nivel estatal o se transferirían a las comunidades autónomas (en cuyo caso, en Cataluña sólo podrían ejercer el nuevo cargo de "hanging monitor" quienes tuvieran el título 3 de catalán hablado y escrito).

El problema, imagino, vendrá por otro lado. Pasados los comicios, terminará la fascinante guerra mediática por desvelar los casos de corrupción del oponente y minimizar los propios. Entretanto, maletín mediante, la costa española seguirá enladrillándose hasta que el cambio climático ponga las cosas en su sitio y quienes hoy acuden al reclamo de la primera línea de playa se sorprendan veraneando en segundo nivel bajo el agua.

P.D.: Si, en vez de colgarlos, a todos estos corruptos, especuladores y -en expresión de su santo patrón, Jesús Gil- "babiosos" los crucificaran como al final de la película "Espartaco", uno detrás de otro a un lado de la carretera, ¿hasta dónde llegaría la fila?

miércoles, 23 de mayo de 2007

La madre de todas las fobias

Se me pueden tocar los webs de muchas formas, pero, si alguien quiere verme perder los papeles de verdad, no tiene más que soltarme expresiones del tipo “el trabajo te realiza como persona”, “si no trabajaras, te aburrirías”, “qué satisfacción da el trabajo bien hecho” (como si a alguien le pagaran por hacerlo mal) y similares, porque mi gran fobia, mi FOBIA en mayúsculas y con todas las letras, es, precisamente, el trabajo, el dedicar imperativamente ocho horas diarias, de lunes a viernes y hasta que cumpla los 60 y pico, a algo que me aburre soberanamente, no me realiza y, por supuesto, ni por asomo me satisface.

Si, de aquí al día de mi muerte, no hiciera más que todas las cosas que me he propuesto antes de palmarla, ya no me daría tiempo, con lo que cada hora de trabajo me des-realiza, pues es una hora menos para tantos placeres, inquietudes y ocurrencias que sí me llenan como persona (bien pensado, lo de “realizar” queda más pedante que Juan Manuel de Prada en un congreso de semiótica). Y eso que laboralmente no puedo quejarme: no me levanto todos los días a las cinco de la mañana para jugármela en una mina, ni me hago cientos de kilómetros en un camión, ni me deslomo en una plantación de fresas, sino que me dedico a lo que estudié, cobro un buen sueldo y cumplo mi horario a rajatabla. Pero, aun así, sería infinitamente más feliz sin trabajar.

Uno de los pocos planteamientos razonables que contiene la Biblia es la consideración del trabajo como un castigo divino. Recordemos: Adán y Eva están tan contentos, retozando en pelotas entre los arbustos y dando nombre a los animalitos (debían de tenerle manía al "ornitorrinco", por cierto) y, cuando ella se come la manzana, ¿cuál es la penalización? Ser expulsados del Paraíso y ganarse el pan “con el sudor de su frente”. O sea, currar.

Nuestra propia cultura grecolatina lo deja bien claro. Negocio viene del latín “neg-otium”, es decir, negación del ocio, quedando establecida así, al menos etimológicamente, su superioridad sobre el trabajo. Aunque, claro, nuestros ancestros griegos y latinos tenían esclavos, y así cualquiera. Si me regalaran encadenados a dos seres claramente inferiores, digamos Alfredo Urdaci y María Patiño, los pondría a trabajar para mí y también me pasaría el día filosofando, construyendo coliseos o luciendo palmito en el paso de las Termópilas.

En nuestro mismísimo Siglo de Oro, el trabajo estaba socialmente muy mal visto. Velázquez, para conseguir que le ordenaran caballero de la Orden de Santiago, tuvo que demostrar que no había realizado actividad manual alguna en su vida, que lo suyo era -nunca mejor dicho- por amor al arte. Y anda que no le costó: la cruz de Santiago que luce en “Las meninas” se la pintaron una vez muerto, porque hasta última hora estuvo batallando para que se la concedieran.

Como demostró Max Weber en su “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, toda la culpa es de los putos herejes. En España siempre hemos sido de desayuno tardío, siesta y tertulia y ahora estamos entre los países europeos que más horas echan en la oficina (me parece que, como acostumbran en todo ranking negativo, Portugal y Grecia nos superan), influidos por tanto calvinismo y tanta santificación del trabajo.

En resumidas cuentas, aconsejaría sospechar de todo aquel que diga no trabajar exclusivamente por el dinero. Seguro que oculta alguna perversión extraña. Y si es uno de esos que salen en la tele el día de la lotería de Navidad declarando que, aunque le han tocado sopotocientosmil millones de euros, seguirá trabajando, mi recomendación pasa por el robo y el asesinato con tortura previa, pues resulta evidente que no merece vivir.

lunes, 14 de mayo de 2007

Películas para acríticos

O sea, películas que uno no comentaría en una reunión con críticos de esos que se pajean con el cine iraní o para los que "Babel” es el “paradigma de la deconstrucción narrativa” pero que, por más que las ponen en la tele, no puede dejar de ver.

- "Aterriza como puedas".
El surrealismo hecho película. Ese comandante preguntando al niño que visita la cabina si ha estado alguna vez en una prisión turca, esa azafata que ofrece a una anciana interesada en leer algo el folleto “Viejas leyendas de deportes judíos”, esa histérica ante la que el resto de pasajeros hace cola para hostiarla, ese Karim Abdul Jabbar saliendo a rastras con el uniforme de los Lakers, esas conversaciones del tipo: “Debemos aterrizar lo antes posible, hay que llevarlos a un hospital” / “¿Qué es, doctor?” / “Un gran edificio blanco lleno de camas y enfermos, pero eso no importa ahora, señorita...” Podré verla mil veces y me seguiré riendo con escenas como éstas, aunque me las sepa de memoria (o precisamente por ello).

- "Top secret".
De los mismos y, por tanto, igual de surrealista: el vendedor ambulante que ofrece “zurullos de coña”, la presentación de los miembros de la Resistencia francesa (Café au lait, Croissant, Canapé, Tour Eiffel…), “aquella-cuyos-senos-desafían-la-ley-de-la-gravedad”, la abuela en taca-taca que responde a la llamada que debe anular una ejecución, el guerrillero que estornuda y, al ver el “resultado” en sus manos, se tira por la ventana…

- "Granujas a todo ritmo".
Patética traducción de “The Blues Brothers”, pues de ellos trata la película, de los hermanos Jack y Elwood Blues, creados por los actores Dan Aykroyd y John Belushi para resucitar los grandes clásicos del soul en giras organizadas al efecto en Estados Unidos. El planteamiento es simple: tras la salida de la cárcel de Elwood, éste tiene una visión: han de reunir a la banda para recaudar fondos con los que salvar el orfanato en el que estuvieron de niños. En el camino, se toparán con Aretha Franklin, Ray Charles o James Brown; serán perseguidos por músicos country, nazis y policías; intentará asesinarlos la exmujer de Jack, interpretada ni más ni menos que por Carrie Fisher (la princesa Leia)… y todo ello sin quitarse en ningún momento los sombreros, las gafas de sol y los trajes negros, copiados por “Caiga quien caiga”, y sin que dejen de sonar clásicos como “Think”, “Sweet home Chicago” o “Everybody needs somebody to love”. Dicen que la persecución de coches del final es la mejor de la historia del cine.

- "Forrest Gump".
Es original la idea de repasar la historia reciente americana de la mano de un retrasado mental, atribuyéndole algunos hitos de la misma y presentándolo como el único personaje con principios sólidos, capaz de saltar de su barco en marcha porque le gritan desde la orilla que su madre se está muriendo. Otras escenas favoritas: la de Forrest dando de hostias a un líder de los “panteras negras” que osa pegar a su amada, la de los frikis que lo convierten en una especie de líder espiritual por dedicarse a correr de costa a costa, la de su creación accidental del icono Smiley…

- "Un día de furia.
¿Cómo no sentirse identificado con el protagonista? ¿Cuántas veces hemos sentido ganas de amenazar con una recortada al típico dependiente o funcionario incapaz de saltarse una norma por muy lógico que resulte hacerlo, como la camarera de la hamburguesería que se niega a servir un desayuno a Michael Douglas por pasar dos minutos de la hora estipulada? ¿Hasta qué punto deseamos los madrileños disponer de un bazoka con el que volar alguna de esas aceras levantadas una y mil veces por tanta obra? ¿Qué no daríamos por acojonar con nuestro arsenal a los despreocupados usuarios de un campo de golf construido, especulación mediante, sobre lo que antes era un parque infantil?

- Las de Bud Spencer y Terence Hill.
Es decir, “Y si no, nos enfadamos”, “Estoy con los hipopótamos”, “Dos superpolicías” y tantas otras películas increíblemente malas pero, como pocas, capaces de provocar tanta nostalgia a un treintañero. Ahora resultarían políticamente incorrectas, porque el tema, siempre el mismo, radicaba en la resolución de conflictos a bofetada limpia, pero ¡qué bofetadas! Con la mano abierta y hacia abajo las de Spencer; con todo tipo de objetos (sartenes, palos de billar, raquetas…) las de Hill. Recuerdo que, en el colegio, nos invitaron a todos los alumnos a ver una de sus películas, no recuerdo cuál. El caso es que, en un momento determinado, después de que el malo –un comisario corrupto o algo así- le hubiera estado tocando las pelotas durante todo el metraje a Bud Spencer, éste le metía un soplamocos que lo dejaba tumbado y que todos los espectadores esperábamos como agua de mayo. ¡La sala estalló en aplausos y hurras! ¿Dónde se ve eso ahora?

- "Abierto hasta el amanecer".
Pocas cosas desahogaban tanto como esos videojuegos sin argumento en los que podías dejar el cerebro en la habitación de al lado y preocuparte tan sólo de masacrar a todo aquel que se cruzara en tu camino. Como estas distracciones han pasado a la categoría de arte (igual que los cómics, que ahora son “novelas gráficas”), se han enrevesado hasta extremos inverosímiles (para jugar a algunos hay que haberse leído la obra completa de Tolkien o tener una licenciatura en Aeronáutica) y uno no tiene tiempo ni ganas que dedicarles, la segunda parte de esta peliculilla de Robert Rodríguez ofrece esa relajante dosis de violencia gratuita que todos necesitamos de vez en cuando para rebajar la tasa de adrenalina. George Clooney y Harvey Keitel exterminando vampiros y zombies mientras suena la música de “Tito y tarántula”… qué placer.

- "Grease".
Al igual que todos llevamos dentro un nazi intolerante -o un estalinista violento, por satisfacer a todas las sensibilidades políticas- al que apaciguar con películas como las anteriores, todos tenemos nuestro lado hortera. Y “Grease” es la exaltación de la horterada, con sus personajes vestidos de chuloputas, sus cantantes sin complejos a la hora de entonar el falsete, sus coches rosas con alerones, sus coreografías grotescas… y esos nombres, Sandy y Danny, que vendrían a ser nuestros actuales Jonathan y Jennifer.

P.D.: Volviendo al cine iraní, recuerdo una peli que vi, titulada "¿Dónde está la casa de mi amigo?", cuya sinopsis decía algo así como "Un niño, viendo que su amigo se ha olvidado el cuaderno en clase y que el profesor le castigará por ello al día siguiente, decide hacerle los deberes y buscar su casa para dárselo". Bien, pues resulta que la sinopsis coincidía al pie de la letra con el guión, porque eso, y no otra cosa, era lo que pasaba en hora y media. El puto niño protagonista hacía los deberes, buscaba la casa del colega, más desorientado que Jesulín de Ubrique en el Thyssen, y, cuando la encontraba, le daba el cuaderno de marras... y se acabó.

jueves, 10 de mayo de 2007

¿Y Franco qué opina del peinado de Beckham?



He dejado de leer periódicos. Ni por eliminación encuentro alguno que no me dé ganas de vomitar por su partidismo, manipulación y sensacionalismo. Así que me limito a elmundo.es, menos amarillo que su hermano impreso, mejor diseñado y con una navegación más amena -a mi juicio- que las versiones online de otras cabeceras nacionales y con la ventaja añadida de publicar las últimas noticias casi en tiempo real, como la radio. Pues bien, acabo de entrar en su página y me he topado con un fascinante titular -arriba, junto a la cabecera, entre los destacados- según el cual Beckham se ha cortado el pelo, con fotito incluida por si no me creo tamaño notición. La pregunta, claro, es: ¿y?

En la facultad me enseñaron que los dos criterios para valorar una información son el interés y la importancia. Por ejemplo, la presentación de los Presupuestos Generales del Estado es una noticia importante, porque nos afecta directamente a todos, pero no interesante, porque aburre a las cabras. Al revés, el descubrimiento de la tumba de Herodes es interesante -histórica y culturalmente- pero no importante, porque, si no la hubieran encontrado, no hubiera pasado absolutamente nada.

El corte de pelo de Beckham, a todas luces, no es importante, así que para los responsables de elmundo.es debe de ser interesante. Lo triste es que probablemente tengan razón, que lo que este niñato hortera hace con su cabellera interesa a un montón de gente. Ha sido leerlo y recordar también cuando, hace años, Capello dimitió -o lo echaron o se fue porque se le acababa el contrato, qué más da- como entrenador del Real Madrid. Ese mismo día habían muerto en un accidente de tren en África cientos de personas. ¿Con qué abrieron los telediarios?

Tampoco hay que remontarse en el tiempo. Cualquier informativo televisivo de hoy en día se caracteriza por la abundancia de sucesos, chorradas varias -de esas que presenta con su media sonrisa el holograma humano Matías Prats, en plan “ha nacido un gato rojo con tres penes en China, menudo lío al ir al baño, ja-ja-ja” y cotorreos futbolísticos. Bien es verdad que, si de política nacional se trata, el nivel es tal -declaraciones cruzadas entre un partido y otro sin el menor contenido- que no merece atención (salvo los exabruptos trimestrales de Aznar, al que el PSOE nunca podrá agradecérselos lo suficiente). Y, a nivel internacional, los cien muertos diarios en Irak, el enésimo atentado en Palestina o la última subnormalidad de Bush han dejado de interesar por el tono cansino con que se emiten.

Por terminar con la radio, fue el primer medio informativo que abandoné, antes incluso que la prensa o la tele, porque, si la formación de mi opinión depende de tanto tertuliano omnisciente, apaga y vámonos. Así que aquí estoy, feliz cual abuelo de “¿Y Franco qué opina de esto?”. Con todo lo que me queda por hacer en esta vida, ¿para qué dedicarle tiempo a informarme si de lo que debo enterarme es del peinado de Beckham?

lunes, 7 de mayo de 2007

La estética abertzale

Se puede criticar tanto y de tantas maneras al mundillo abertzale que da pereza. Además, cuando uno escribe un blog, intenta ser original, y a estas alturas poco queda por decir de batasunos y gentuza similar. Así que dejaré a tertulianos y otros iluminados la labor de comentar su apoyo al terrorismo, su kale borroka, su cerrazón ideológica, su analfabetismo… y me ceñiré a un tema no por poco abordado menos interesante: la estética abertzale.

Si uno se fija cuando emiten en la tele imágenes de Otegui y sus amiguitos, parecen todos clones de un mismo ser, a mitad de camino entre el señor Barragán y Kate Moss de resaca. De arriba a abajo, empezamos por ese pelo que parece cortado a mala hostia en los calabozos de Inchaurrondo, a trasquilones y aplastado, supongo que para que encaje bien la chapela. Muchos le añaden una estúpida coletita a modo de toma de tierra, como si su cerebro, a fuerza de almacenar tanta tontería, corriera el riesgo permanente de cortocircuitarse.

A continuación descubrimos que el libro de estilo de Batasuna debe de prohibir el uso de camisas. ¿Será una prenda maketa? Porque todo abertzale que se precie, de cintura para arriba, ha de llevar nada más que camiseta en verano y jersey en invierno (encima de la camiseta). En cuanto a ésta, oscila entre la variedad monocromática -negra, por lo general, como su alma- de Otegui o la pseudojipi estampada a brochazos del militante de base. Y lo del jersey clama al Cielo: ni en el puesto más mugriento del Rastro madrileño se los encuentra más feos. Que conste que yo los he llevado espantosos, pero es que me los hacía mi abuelita, con lo que compensaba su fealdad con el cariño que ella les había puesto. Ahora bien, si estos hijos de puta no tienen ni padre conocido, ¿cómo van a tener abuela?

El pañuelito palestino al cuello no es condición indispensable para lucir como un buen abertzale, pero es probable que internamente dé puntos. Igual que pegarse a la camiseta unas buenas pegatinas con las banderas de Cuba y el Líbano, demostrando al mundo que su cacao mental no lo supera ni el director general de Nesquick. Lo que sí es inexcusable, de cintura para abajo, es el pantalón de chándal, que los cócteles molotov manchan mucho y no todas las prendas (¿verdad, Zara?) resisten varios lavados. Lo mismo que las deportivas en los pies, siempre sucias de tanto hollín que desprenden los autobuses quemados.

En cualquier caso, hay que reconocerle a esta gente que lo pone fácil. Con detener a todos los chandaleros andrajosos de pelo corto que la Policía encontrara en el País Vasco, se acababa ETA y el terrorismo vasco. Nos quedaría sólo el racismo araniano del PNV y EA, pero los miembros de estos partidos, al menos, no matan a nadie, aunque se la pele cuando lo hacen otros y sus declaraciones insulten hasta a la inteligencia de las amebas. Eso sí, el anillito negro que luce Ibarreche es un atentado contra el buen gusto que desde aquí animo a perseguir a la Audiencia Nacional.

jueves, 3 de mayo de 2007

Miscelánea de seres despreciables

Es decir, personas a las que uno cree justificado aplicar la peor de las torturas y que, por no dar de sí para una entrada propia, recopilo a continuación, animando a posibles lectores a ampliar la lista.

- Los que dicen que Rossy de Palma tiene una belleza “picassiana”.
Seamos serios: Rossy de Palma es más fea que pegarle a un padre o, ya puestos, que el “Guernica” o “Las señoritas de Aviñón”. Bien es verdad que se parece a alguna de las figuras de este último cuadro, pero eso la convierte, a lo sumo, en picassiana, no en belleza. Esa nariz torcida y kilométrica, esa boca de yonki con mono, esos ojos más caídos que las tetas de Sara Montiel… por favor. A lo mejor la chica es buena actriz y una excelente persona, pero es que, aplicando la misma regla de tres, el Fary sería una belleza bosconiana y el enano del Dúo Sacapuntas (que en paz descense), una belleza velazqueña.

- Los que piden un sueldo para las amas de casa.
Esta gilipollez paternalista es tan evidente que sobraría todo comentario si no fuera porque hay gente aún más idiota que se dedica a calcular periódicamente la aportación de las amas de casa al PIB o lo que se llevarían de pensión si cotizaran a la Seguridad Social. ¿Por que no dar un sueldo también a los maridos que hacen chapucillas en casa, a los presidentes de las comunidades de vecinos, a los hijos que bajan la basura, a las viejecitas que limpian las cacas de sus perros... o a los amos de casa, que haberlos, haylos?

- Los que dedican su tiempo a estudios estúpidos.
El otro día leí una noticia en el periódico según la cual los españoles somos los europeos que menos nos quejamos mientras esperamos en una cola. Hoy he leído otra sobre la velocidad media de los madrileños al andar, que nos convierte en los terceros más rápidos del mundo por detrás de los habitantes de Singapur y de no recuerdo qué otra ciudad. ¿Para qué coño sirve todo esto?

- Los que hablan con supuesto acento chino en los restaurantes chinos.
Es decir, los que, por ejemplo, levantan el brazo y rebuznan: “Camalela, tlaiga más aloz, pol favol”. Qué pena de muerte más merecida. Y si, al decirlo, miran a su alrededor en busca de la complicidad de los otros comensales, qué descuartizamiento posterior del cadáver más merecido. Y si, además, le propinan un codazo de colegueo al de al lado, qué meada sobre su tumba más merecida.

- Los que flipan con el golf.
No los que se limitan a jugar y ya está, que también tienen lo suyo, sino los aficionados a perorar sobre las bondades de este ¿deporte?, consistente en pegarle un hostión a una pelotita y mandarla a tomar por culo para luego andar un buen rato en su busca. Que si con el golf se disfruta del medio ambiente (después de habérselo cargado construyendo el campo), que si es un ejemplo de ecología por el uso de agua reciclada (que también servirá, digo yo, para regar cultivos más aprovechables en un país candidato a la desertización como España), que si con tanto paseo se puede charlar amigablemente de negocios (pues chico, te llevas al cliente al campo, cogéis una piedra, la lanzáis a hacer puñetas y a por ella)...

- Los que van de vacaciones a la India y, al volver, dicen que este país les ha cambiado o cuentan que en él se hace esto o lo otro.
¿Por qué les ha cambiado? ¿Porque han visto que los pobres pueden vivir con dignidad? ¿Y para enterarse de eso se tenían que ir a la India? Por otro lado, en este país hay 1.000 millones de habitantes, cientos de idiomas, docenas de razas, fieles de no menos de cinco grandes religiones, climas que oscilan entre el invierno casi permanente del Himalaya y las temperaturas asfixiantes del sur... con lo que cualquier expresión que empiece por "en la India, lo que hace la gente es..." debe desecharse. Nadie puede pretender conocer un país más grande que Europa Occidental por haberlo visitado 15 días o un mes. Cuando viajen a él casi un centenar de veces, como el yogui español Ramiro Calle, que empiecen a plantearse abrir la boca.

- Los que escriben de Joaquín Sabina que es un “canalla entrañable”.
Canalla lo es, por esa vida de crápula nocturno que tanto gusta de airear. Entrañable, según se mire. A mí me lo resulta, pero hay gente a la que le cae como una patada en el estómago, supongo que por su demagogia política. Ahora bien, lo de “canalla entrañable” está más visto que lo de “Estambul, a caballo entre Oriente y Occidente" o lo de "Madrid, donde a nadie se le pregunta su origen", así que todo periodista que emplee tal recurso debería ser expulsado de la profesión, si es que ésta existe.

- Los que, según ellos, corrían delante de "los grises".
O sea, tantos y tantos hombres españoles en la cincuentena. Si todos los que dicen que corrieron delante de "los grises" lo hubieran hecho, no entiendo cómo duró casi 40 años la dictadura de Franco, el cual, que yo sepa, murió en la cama de viejito. A lo mejor son los mismos que el 23-F se quedaron en sus casas debajo del sillón, porque delante del Congreso sólo había algún periodista con cojones y un par de curiosos que pasaban por allí.