lunes, 9 de julio de 2007

La que se nos viene encima

Leyendo que el zoo de Madrid contará con dos nuevos ejemplares de oso panda a partir del próximo mes de septiembre, he recordado cuando, a la muerte de su antecesor Chu-Lin, algún amigo me llamó para felicitarme. Porque yo odiaba a aquel oso, en un claro ejemplo de fobia visceral que me resulta difícil de explicar. Quizá lo que realmente me sacaba de mis casillas era el estrellato del pobre bicho y la tontería generada a su alrededor, empezando por su congénere Álvarez del Manzano, esa especie de Yogui trajeado que los madrileños padecimos como alcalde durante tanto tiempo.

El caso es que ibas al zoo y éste giraba en torno al puto Chu-Lin, que tenía la jaula más grande, mejor acondicionada, más estratégicamente situada y, por supuesto, con mayor número de visitantes de todo el recinto. Y al oso todo aquello se la sudaba a dos manos, dedicado a comer bambú con aire cansino y a rascarse la prominente barriga. Entretanto, compañeros mucho más pizpiretos y agradecidos que él, como los babuinos onanistas, los gorilas sacamocos, las simpáticas jirafas o los elefantes comedores de cacahuetes -junto al inevitable cartel de “Por favor, no alimenten a los animales”, que todo el mundo se pasaba por el forro- languidecían sin que nadie les prestara la suficiente atención. La tontería llegó a tal extremo que, cuando Chu-Lin se fue al cielo de los pandas, se recaudaron fondos para erigirle una estatua y se editó el sin duda fascinante libro “Chu-Lin, el panda de España”, que, de no haber palmado, le habrían llevado a firmar a la Feria del Libro.

Soy de los que opinan que lo mejor que puede pasarles a los animales es estar lo más lejos posible de los seres humanos. Dicho lo cual, entiendo que hay numerosas excepciones -domesticación desde hace milenios, riesgos de extinción, etc.- que hacen necesaria la supervisión humana. Y, por lo que leo en Internet, parece que en una de estas situaciones se encuentran los osos panda, ya que sus ejemplares macho presentan, atención, “pereza sexual”. En otras palabras, que pasan de follar como de comer paella y hay que animarlos. En un zoo de Tailandia, por lo visto, han probado hasta con vídeos porno, pero ni por esas. ¿Puede haber un animal más tonto?

Creo, pues, que no odiaba al pobre Chu-Lin, que bastante tenía con lo suyo, sino lo que representaba. Como odiaré la que se montará cuando lleguen sus dos compatriotas a morirse del asco en Madrid. Se harán gorras y camisetas con su efigie, figurarán en las guías turísticas de la ciudad junto al Museo del Prado o el Palacio Real, poblarán carteles y vallas publicitarias... y ellos seguirán allí, impasibles, comiendo bambú y follando menos que el Fary en el Cielo.