jueves, 22 de marzo de 2007

A propósito de "La Ilíada"

Me he acordado de esta obra, que acabé la semana pasada, después de escribir la entrada sobre "300". Es de Homero, de cuya vida nada se sabe. Hay quienes aseguran que existió realmente y quienes opinan que no se trata más que de una "marca" bajo la que se recopilaron diferentes poemas de la tradición oral helénica. ¿Qué más da? El caso es que, hace la friolera de 2.800 años, alguien se había dado cuenta ya de que "llega el hombre a saciarse de todas las cosas: del sueño, del amor, del dulce canto y de la alígera y divertida danza, cosas incomparablemente más agradables, hermosas y deseables que la guerra. Y, sin embargo, estos hombres no se hartan de combatir" (canto XIII). Pues anda que no les quedaba mili por delante a "estos hombres". Desde las murallas de Troya al berenjenal de Irak, esto ha sido un constante arrearnos los unos a los otros y un permanente lamentarlo. Por si alguien se ha hecho ilusiones, el mismo personaje que pronuncia la cita anterior, tan aparentemente pacifista, momentos antes "hundía su espada en la frente del troyano, encima de la nariz. Crujieron los huesos y los ojos, ensangrentados, cayeron en el polvo a los pies del guerrero, que se dobló y desplomó sobre el suelo". Vamos, que, después de masacrar al enemigo, se pone tierno. ¿Contradictorio? Sí, pero, en otras palabras, muy humano.

Dice Pérez-Reverte, que de guerras tiene alguna experiencia, que cualquiera de nosotros, dadas determinadas circunstancias, no dudaría en matar, torturar, violar, saquear... Puede ser. Menos radical, creo haberle leído a Rosa Montero un planteamiento simplón pero eficaz, según el cual hay unas pocas personas buenas, muy buenas; otras pocas malas, muy malas, y, entre medias, una inmensa mayoría, capaz, según sople el viento, de lo mejor y de lo peor. Por eso se asemejan tanto los pacifistas extremos y los belicosos que lo solucionarían todo a golpes, porque se olvidan de esa mayoría, porque ignoran ingenuamente su complejidad y sus contradicciones.

Vi hace tiempo un documental en el que contaban que, cuando China invadió el Tíbet, los monjes budistas mandaron su milenaria doctrina de la no violencia a hacer puñetas y acabaron pegando tiros para defenderse de la agresión. Porque una cosa es ser monje y otra, gilipollas. Que lo de poner la otra mejilla está muy bien hasta que empieza a escocer. Y que lo de machacarle la mejilla al prójimo que se deja resulta fácil hasta que a éste se le inflan las narices. Que, en suma, cada problema humano -o entre humanos- requiere su propio análisis y su solución única y puntual. ¿Alguien se imagina qué hubiera pasado si Gandhi, el pacifista por antonomasia, cuyas enseñanzas y métodos intentan extrapolar algunos a tantos conflictos, en vez de a los ingleses -a lo mejor unos imperialistas de mierda, pero civilizados al fin y al cabo-, hubiera tenido enfrente a los nazis? "Entrañable abuelito, ¿nos haría el favor de entrar en esta cámara de gas y aspirar bien fuerte?". Y no hace falta imaginar, porque lo leemos en la prensa todos los días, qué le ha ocurrido a Bush, el ídolo de los belicistas occidentales, en Irak (casi sería mejor: qué le ha ocurrido a Irak con Bush).

¿A dónde nos lleva todo esto? Ni idea. Es lo malo de actualizar el blog pasadas las doce de la noche. Empiezas hablando de la Ilíada, que queda muy intelectual, y terminas desbarrando más que Jesús Quintero con cuatro copas, así que procedo a etiquetar esta entrada como paja mental y me voy a la cama.

1 comentario:

Paesazeta dijo...

Políticos que se creen Dios... que asco dan! "El hombre es un lobo para el hombre". Qué sabio Hobbes!