
- “El equipo A”.
Un puto listo fumapuros, un loco sin -a diferencia de otros lunáticos televisivos o cinematográficos- la menor gracia, un chuloplayas de Benidorm y un forzudo negro con más oro en el cuello que la selección española de baloncesto. Estos cuatro impresentables componían “El equipo A”, una supuesta banda mercenaria que más parecía una ONG, porque jamás cobraba a quienes la contrataban. Lo curioso es que, siendo repulsivos sus integrantes, las aventuras del conjunto resultaran tan entretenidas, aunque sólo fuera para comprobar cómo hacían los guionistas en cada capítulo para que no muriera nadie. Ya podían disparar a un coche con un bazoka y hacerlo saltar por los aires que, tras aterrizar y dar siete vueltas de campana, los malos salían sacudiéndose el polvo de los pantalones. Eso sí, agotados para continuar la lucha. En cualquier caso, aun siendo un niño entregado, cada vez que Aníbal se llevaba el puro a la boca y decía aquello de “Me gusta que los planes salgan bien” (plan que, como mucho, había consistido en pintar cuatro flechas en una pizarra), me daban ganas de descuartizarlo. El capítulo más friki: uno en el que salía Boy George cantando “Do you really want to hurt me” (¿acaso tenía más canciones Culture Club?).
- “El coche fantástico”.
David Hasselhof en plena efervescencia juvenil antes de competir en tetas con Pamela Anderson y en beber con Charles Bukowski. Otro al que daban ganas de estrangular según aparecía en pantalla enfundado en esa ropa de cuero siete tallas más pequeña, pegando grititos cuando Kit saltaba sobre el coche de los malos y hablando por un reloj recién comprado en el Pryca. El mejor era el jefe, un tal Debon que perdía más aceite que todos los vehículos de la serie juntos. Su especialidad era dar una orden a Michael para que éste se la pasara por el forro, incumpliéndola sistemáticamente. Y claro, si al final siempre ganaba Michael, ¿para qué coño servía Debon? Pues para viajar por todo Estados Unidos dentro de un camión hortera, acompañado de la buenorra de turno (que tampoco era para tanto, pero a esa edad nos ponía hasta la abeja Maya). El capítulo más friki: uno -o varios, no recuerdo- en que a Kit le salía un alter ego malvado. Las caras de conflicto interior de Michael/David Hasselhof eran impagables.
- “V”.
Cágate, lorito. O lagartito. Porque no otra cosa resultaban ser los inicialmente amistosos invasores del espacio: unos lagartos asquerosos que comían roedores como el que se harta de pipas. El protagonista era, en esta ocasión, un cámara de televisión que, de buenas a primeras, sabía varias artes marciales, pilotar helicópteros y disparar lanzacohetes. Junto a él, la protagonista, una rubita medio lela a la que daba mil vueltas la mala, una tal Diana que se relamía eróticamente los labios, la muy guarrona, tras la ingesta de cada ratoncito. Por lo demás, efectos especiales marca ACME y tramas disparatadas. Si se sometiera a votación el capítulo más friki, saldría elegido el del nacimiento del hijo que tenían una humana y un lagarto, encarnado por el mismo actor que hacía de Freddy Krueger, pero a mí me impactó más otro: uno en el que una cadena de televisión conectaba con su corresponsal en España, que contaba cómo un líder patrio había proclamado la revolución contra los invasores extraterrestres al grito de “España para los españoles”, lo cual hoy resultaría políticamente incorrecto a más no poder.
- “Corrupción en Miami”.
Un par de policías, cuya vestimenta se adelanta en 20 años a la de Beckham o Guti, recorre Miami a la caza de camellos, proxenetas y viciosos de toda índole. Su jefe, el teniente Castillo, no sonríe jamás por mucho que bromeen con él Sonny y Ricardo Tubbs, quienes, por otra parte, no tienen ni puta gracia. Porque aquello no era ni una comedia, ni una de polis, ni una de aventuras, ni un drama… ¿Qué coño era? Una especie de videoclip con una dirección artística que ya la quisiera para sí el escaparatista de Bershka. El capítulo más friki: el de la muerte de Ricardo, con ese pedazo de actor, Don Johnson, paseando sus penas por la playa, descalzo y cabizbajo, cual mezcla entre Julio Iglesias y uno de esos tipos que van de público a los programas de teletienda estadounidenses.